lunes, 7 de julio de 2014

(A GUARDA) "ASÍ REZA EN MI MENTE" libro Festas do Monte, 1954


            Después de haber dejado atrás la sinuosa carretera de Bayona y de cruzar los pueblos de Mougás, Villadesuso y Santa María de Oya, lo primero que llama la atención del visitante, en la última fase de su recorrido hasta la pintoresca villa de La Guardia, es el magistral espectáculo de presenciar como dos fuerzas físicas, las espumosas y embravecidas olas del Océano Atlántico se baten y estrellan, en un constante ir y venir, contra las abruptas e irrompibles rocas de la costa guardesa, estableciendo así un rudo y encarnizado pugilato.

            Seguidamente y como si este eslabón estuviera ya engranado con otro, se sucede un cuadro de sublime belleza ante la vista atónita del viajero al observar el inigualable contraste que ofrece la franja parda de los edificios de La Guardia con la figura blanca e inhiesta de las hacinadas casitas marineras de La Ribera; unas, alineadas en fila como si hiciesen guardia de honor a ese Océano, que es el sustento cotidiano de sus moradores; otras, más temerosas, aparecen colgadas y sostenidas en las rocas mientras vigilan los ademanes del Atlántico que enfurecido, a veces, trata de lamer con sus verdosas y agitadas olas los hogares de los viejos lobos de mar.

            Como fondo de este escenario, la egregia e hidalga presencia del “Tejado Guardés”, como así llamo al Monte Santa Tecla, que permanece físicamente inalterable al duro correr de los años, guardando en sus entrañas la belleza y la Historia que salta a la vista del forastero.

            Millares de turistas ascienden todos los años a su cumbre para deleitarse con el panorama soñador que ante su vista ofrece la Naturaleza, mientras abajo, en el Valle, el Río Miño placentero y feliz, envía un saludo que apenas se percibe antes de entrar en el regazo del verdoso Atlántico.

            Cuando los visitantes regresan a sus domicilios, son los mejores propagandistas y paladines de esa fama que tan justamente ostenta el Monte Santa Tecla, que ha sabido atraer a su cima a los más distinguidos hijos de esta inmortal España y a conocidas y eminentes personalidades extranjeras. Los restos arqueológicos que guarda en sus entrañas es otro de sus más fieles exponentes, máxime, ante la esperanza tan alentadora de próximas excavaciones.

            El Monte Santa Tecla, desde su trono, parece despertar de su letargo de un año, ante la proximidad de sus Fiestas otoñales y sus hijos, los guardeses, se preparan para rendir su afecto y cariño al Monte Santa Tecla, fiel cancerbero de su mejor tesoro: La Reliquia de su Santa.


            En su cima y ladera se sucederá de nuevo ese “xantar” que más que una comida, podría decirse que es una convocatoria general a la que acude todo el pueblo a testimoniar su incondicional adhesión al Monte bajo cuyos pies duerme tranquilas y feliz la marinera villa de La Guardia.

Publicado no libro das Festas do Monte de 1954

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